¿Hay valores universales? ¿Dónde situar lo que es común a todos los hombres? ¿Cómo concebir el diálogo entre las culturas? Para responder a estas cuestiones, hemos de observar el surgimiento de lo político a partir de lo común y remontar el curso de la compleja historia de nuestra noción de lo universal, rebasando el punto de la invención del concepto y observándolo en la ciudadanía romana o en la neutralización de todas las divergencias que se produce gracias a la noción de la salvación cristiana. Pero convendrá interrogar a las demás culturas: ¿acaso no es la búsqueda de lo universal la singular preocupación de Europa? Es hora, en efecto, de abandonar el universalismo fácil y el relativismo indolente, y de volver a determinar cualitativamente unos derechos humanos absolutos, de pensar de nuevo el diá-logo de las culturas en términos que no sean de identidad y de diferencia, sino de distancia y de fecundidad. Y es que sólo esta pluralidad de las culturas permitirá sustituir el arraigado mito del hombre por el infinito despliegue de lo humano, segñun queda entre ellas promovido y reflejado. (Francois Jullien)